Causa y efecto
Causa y efecto
Las tardes se tornan una delicia, cuando aquellas gotas de lluvia rompen el monótono sonido de la rutina.
Lourdes siempre era la primera en salir, no le daba explicaciones a nadie. Solo tomaba rápido su bolso y su abrigo y emprendía el viaje de regreso a casa. Ella empezaba a mirar el reloj tipo 5:30 de la tarde, aunque la hora de salida era más tarde, igual ya esos minutos antes la desesperaban y esa impaciencia la empezaba a recorrer el cuerpo. Mira su reloj nuevamente y ya son las 5:50, se para y va al baño, ahí permanece hasta las 6:00, se mira al espejo y nota que sus senos han caído bastante de su lugar habitual, ya se da cuenta que no es una adolescente. Le comienza a picar una parte de la espalda, se estira pero no logra rascarse como le gustaría; se estira un poco más y logra satisfacer un poco su deseo de eliminar la picazón, se mueve como si estuviese bailando un ritmo bien suave. Como logra satisfacer su picazón al rascarse, pero no del todo; se acerca a la muralla del baño y comienza a apegar su espalda a ésta, y a moverse de lado a lado, de abajo hacia arriba pareciendo un gato que le ronronea a su dueño, al parecer la muralla cumple el deseo completo de eliminar la picazón de Lourdes.
Afuera del trabajo, ya el día está muriendo y la noche está naciendo, cada minuto que pasa, el cambio de rutina se hace más fuerte.
Miguel, el más viejo del grupo, pero a la vez el con menos experiencia. Nunca le ha gustado salir de los primeros, siente que todos lo observan.
En realidad él se va de los últimos, y los de más del grupo sí comentan. Pero se ofuscan al ver que Miguel no se quiere ir nunca temprano ni a la hora, siempre después. Lo tildan de loco, de amargo, de raro esquizofrénico. Por decir lo mínimo
Sin embargo, este no es el principal motivo. Ni la locura, ni la rareza, ni incluso ser el más adorado por el jefe (cosa que los del grupo de trabajo, anhelaban).
Adán y Miguel, cada tarde al salir del colegio en la comuna de Montel, en el colegio llamado San Fausto del Centro-Sur; lo hacían corriendo desesperadamente, como si el que no corriera no llegaría a casa, sabiendo que no era así ya que el transporte que los llevaba a casa, pasaba por el frente del colegio. Se escucha el timbre del colegio, exactamente a las 4:30 que era la hora de salida por la tarde, y los hermanos toman sus mochilas, arrojan todo en ellas, todo suelto, nada importa como llegue a la casa; lo importante era llegar rápido. Adán que es mucho más fuerte que Miguel, arroja todo con rapidez y fuerza a la mochila, ya era la tercera mochila que la mamá le compraba en el primer semestre, era una máquina de destrozar todo. Y luego de guardar todo, alza la cabeza y abre los ojos de una forma magnánima, desliza una pequeña sonrisa; de esas sonrisas entre burlonas y de disfrute y luego dice:
-“te gané de nuevo”-
Y sale corriendo.
Miguel por su lado, ya aun más desesperado que nunca, toma el estuche y lo embute en la mochila y la cierra entre bien y mal, parte corriendo detrás de su hermano. A medida que bajan por las escaleras del colegio, nota que su hermano ya le ha sacado bastante ventaja y eso lo fastidia en demasía. Por lo tanto, sigue corriendo y lo hace más y más rápido, se salta los peldaños de las escaleras, ya no le importa nada, le da lo mismo si al otro día tienen prueba o si no la tienen, le da lo mismo que le vaya mal en las pruebas, ya nada le importa más que llegar primero que su hermano al otro lado del colegio y tomar el bus a la casa. Sigue su odisea por su enorme colegio y más y más cerca de su hermano se encuentra, y luego cuando ya lo va a pillar, le grita:
“ igual te voy a pasar ”
Justo cuando exclama aquellas palabras, que eran como un fulguroso grito de guerra Espartano. Se escucha detrás que alguien dice,
“No corras por el pasillo muchacho”
Era don Pepe, el auxiliar de aquel templo de la educación.
Pepe era un hombre ejemplar, siempre elegante, con su corbata negra o azul fina y estirada. Nunca llegaba tarde, jamás había faltado al trabajo, pese a que ya llevaba más de 8 años en el colegio. Usaba su cotona blanca, sin manchas ni arrugas; su esplendor al vestir, iba de la mano con su intachable vida, nunca hubo alguna duda de que era un hombre ejemplar, un hombre pleno y feliz. Siempre saludando, nunca negando la mirada y siempre tenía una pequeña palabra o un chiste para subir el ánimo.
Era un símbolo de aquel colegio donde los jóvenes se desesperaban por irse para llegar a casa, un reflejo idóneo del trabajo actual de Miguel.
Don Pepe era el ejemplo a seguir del colegio, el modelo de vida que sus representantes querían lograr con su comunidad educativa, por eso siempre él estaba invitado a reuniones extra escolares o pequeñas convivencias, además de ser un hombre de familia, con una bella esposa, aunque sin hijos. La comunidad educativa nunca le preguntaba el por qué no tiene hijos, sabían que era un hombre ejemplar y eso les bastaba. Y por ende los propios alumnos del colegio San Fausto, eran los casi hijos del majestuoso Pepe.
La única que sabía la verdad del por qué no tenía hijos este eficiente hombre, era Mariela; su encantadora esposa.
Mariela, a los 19 años conoció a Pepe; lo vio cuando iba con su madre a una tienda a comprar una pila para su reloj, ya que su madre amaba los relojes de mano. Mariela con su vestido azul, y sus ojos marrones, y pómulos rojizos de adolescente feliz y de frio. Estaba comprando con su madre, cuando el hombre que los atiende, les dice:
-permiso, iré a buscar la pila para su reloj en la otra sala, ya que allá almaceno más relojes, mientras tanto le dejo a mi hijo para que les haga la boleta
- bueno. Responde la madre de Mariela.
Llega el hijo, y les dice que pasen por un pasillo a donde se encuentra la caja para pagar. La madre de Mariela le dice:
Puede ir solo mi hija, yo estoy cansada.
Y el joven responde; “por supuesto”.
Así que van los dos por el pago de las pilas. Mariela tímida y sumisa con la mirada hacia el suelo, y el joven más atrevido y coqueto, comienzan a hablar. Ahí todo se confabula, lo que el destino quiere, no lo que ellos quieren quizás, pero es lo que se hizo. Y ambos comienzan una relación, que culmina con el afable matrimonio entre ambos.
Amor, fogosidad y tolerancia es lo que se entregaban ellos los 2 años primeros. Una tarde al llegar Pepe del trabajo, Mariela lo espera al inicio de su pasaje, cosa que no ocurría. Ella siempre lo esperaba feliz, pero en su casa. Eso a Pepe le extrañó muchísimo, quizás que problema pasa, se preguntó él.
Ella lo mira, se ríe, lo abraza y dice: - amor, estoy embarazada.
Desde ese momento, Pepe fue el hombre más feliz del universo. Su mundo era tierno y suave, tal como la piel de un bebé. Él comenzó a trabajar horas extras para arreglar la casa para el pequeño que venía, a comprar juguetes, ropa, etc. No se sostenía de tanta felicidad.
Pasaron 5 meses, ya Mariela con su panza abultada, recostada en su cama viendo televisión, siente un dolor extraño y desgarrador en su vientre. Se mira y observa un charco de sangre y líquido gelatinoso, no sabe que hacer, llama a Pepe y no contesta, llama a la vecina, ella llega con rapidez, ambas van al hospital. Mariela pasa a urgencias, ambas se desesperan; desean que no sea nada grave. Sin embargo, nada que hacer. El bebé sufrió una muerte en el vientre, producida por una asfixia, el doctor dice que no hay registro de aquello, que muy pocas veces se da, que el bebé sufra ese tipo de muerte.
Mariela queda destrozada, llora durante las los días siguientes, su vida y la pequeña vida que llevaba ya no tienen nada que dar.
Pepe que llegó inmediatamente después al hospital, el doctor le comenta lo sucedido. Cae sentado, solo le brotan 5 lagrimas por sus ojos, quizás no puede producir más, no se sabe, solo él lo sabe. Pasan 2 horas, se pone de pie, y se va a casa. No espera a Mariela, no la va a visitar al hospital, no la llama, nadie sabe por qué actúa así. Pasan los días, va a trabajar normalmente, en el trabajo nadie le pregunta nada, será por su intachable labor y vida. Va a trabajar y vuelve a casa, así se le van sus minutos de vida, no tiene sentido nada para él; excepto su reputación en el colegio, aunque por dentro este muerto, por fuera su tez siempre alegre, siempre agradable y haciendo su trabajo de la mejor forma.
Mariela al fin vuelve a casa, ya pasaron varios días y ella ya se recuperó físicamente.
No había amor, ya no había fogosidad y solo había intolerancia, desde ese día todo esto era lo que ellos se entregaban.
La falta de respeto comenzó a ser mayor, ya no se hablan nada, solo se gritaban, se miraban con odio, él mucho más a ella. Pepe comenzó a dormir en otra pieza, comenzó a fumar, no le importaba nada Mariela y lo hacía en cualquier lugar de la casa. Luego vino la culpa. Pepe dio el paso para culpar a ella, le decía que no se cuidó como correspondía, que no supo apreciar ese don que llevaba en el vientre, se desesperaba aquel intachable hombre.
Luego de la culpa, llegaron los golpes.
Al llegar él del trabajo, y ella en la casa. Pepe se sienta para tomar once, solo como lo comenzó a hacer, a tal punto que su rostro ya mostraba que le gustaba la lejanía con su mujer. Ella le lleva la once, sin decir nada, éste la ve y la arroja al suelo. Ella se agacha y la recoge, Pepe se pone de pie y se va a ver televisión. De un momento a otro se pone de pie nuevamente, va a la cocina y sin decir nada con su voz; si con su cara y cuerpo, estos decían:
Te odio, me arruinaste. Tienes toda la culpa de esto. Eso producía su cuerpo.
Llega donde ella y le da una bofetada. Mariela solo calla y llora, mira el piso y cierra sus ojos. Desde ese día se da cuenta que su vida se tornará una odisea infernal.
Pasan los meses, Pepe se ha vuelto más ofuscado en casa, ya no tolera nada, los golpes se hacen más y más recurrentes. Los problemas del trabajo, se los saca en su casa, allí es donde se desquita y donde nadie sabe, solo su ex amada mujer.
Sin embargo, en el trabajo es completamente distinto, honorable e intachable.
Solo la gran Mariela sabe la verdad de este hombre absolutamente bipolar.
Hoy llega al trabajo y no pasa nada fuera de lo común, juegos de alumnos, desordenes, suciedad en las salas y nada más. Ya está a punto de irse a casa, cuando ve a 2 niños correr sin freno por los pasillos y le dice a uno:
“No corras por el pasillo muchacho”
Ahí va Miguel detrás de Adán. No le hace caso a Don Pepe y sigue su camino, solo desea llegar antes que su hermano al furgón escolar.
Sigue su maratón por el colegio, ya van a salir a la calle, aunque Miguel le pone todo el fulgor del mundo, no puede alcanzar a su hermano. Llegando a la puerta observa que Adán mira para atrás y justo en ese instante le ocurre el hecho, éste se tropieza y cae en plena acera de la calle, con toda su parte frontal de la cabeza, en ese instante comienza a convulsionar, llega rápido Miguel y lo mira, lo toca, le grita, nada de reacción por parte de su hermano. Llega Don Pepe, dice que lo dejen quieto a Adán.
Pasa el rato, aproximadamente 8 minutos y llega la ambulancia, tenían suerte de estar cerca de un hospital en el colegio. Los paramédicos lo toman y se lo llevan, está con vida y lucido.
Miguel solo llora.
Pasan las horas, ya toda la familia está en el hospital, incluso Don Pepe, vino con el director del colegio. El pequeño Adán no mejora, solo está medianamente estable. Han pasado 8 horas y la familia decae en fuerzas, sin embrago Miguel no, él solo quiere ver a su hermano bien y corriendo nuevamente.
Pasa media hora más y llega el doctor, ya en su cara se notaba que traía solo penuria, el que pequeño Adán, había fallecido producto de una hemorragia interna, que los doctores no pudieron frenar. Ahí el mundo a la familia se les cayó, y a Miguel el mundo se le desapareció. Había fallecido su doble, su amigo, su otro yo. Solo lloraba en la falda se su madre.
Pasaron las horas, el funeral fue algo adormecido para Miguel, casi ni sabía que pasaba, solo sabía que no volvería a ver más a su hermano. Lloró todos los otros días posteriores, no fue a clase en muchas semanas. Casi perdió el año escolar, no tenía sentido nada para él, había desaparecido su gran amigo, su hermano.
Pasaron los meses y volvió al colegio, con poca energía; pero su familia le decía que debía ir, ellos siempre apoyándolo sin dudar. Siempre al lado de él, gracias a eso Miguel pudo mejorar un poco su autoestima, había decaído al piso.
Comenzó a ir a la escuela nuevamente, de a poco se iba riendo forasteramente, se iba integrando poco a poco. Sus compañeros lo ayudaban, lo felicitaban siempre por algún logro; Don Pepe lo abrazaba cada vez que lo veía llegar en las mañanas, y le decía que lo quería. Ese gesto a Miguel le encantaba, el abrazó del auxiliar.
Todo se empezaba a aclarar nuevamente, sin embargo había algo que ya Miguel no hacía, él ya no corría nunca más. Ya cuando tocaban la campana para irse a casa, solo armaba sus cosas en la mochila lentamente, guardaba sus cosas sin ninguna rapidez, no tenía sentido el salir rápido.
Así fue el resto de estancia en el colegio, nunca más se apresuró en salir, luego su fugaz paso por el liceo, tampoco volvió a salir corriendo de éste. Y luego la universidad, ya para él apenas tenía sentido el caminar. Solo eso hacía, siempre yéndose de los últimos en los lugares en los que estaba.
Y luego mismamente en su trabajo, hasta hoy. Solo ve la hora para salir, observa que todos se comienzan a ir, sumamente rápido. Él solo se calma y se va lenta y suavemente, de regreso a casa.
Pensaba que quizás los compañeros de trabajo lo tachaban de raro o loco, a él no le importaba.
Ya todos empiezan a ver su propio mundo y su propia realidad, algunos se desesperan por llegar lo antes posible a casa, otros no lo desean con tanto anhelo.
Lourdes siempre fue risueña y coqueta, hasta el día de hoy. Siempre tuvo esas ganas de disfrutar la vida, por sobre todas las cosas. La que siempre se quedaba hasta el último en las fiestas, cuando el dueño de casa empieza a ordenar y comienza a lavar los vasos sucios, ella estaba junto a él. Cuando ya empezaba ese frío de la mañana por que está a punto de amanecer, además ese es el frío más crudo, el del amanecer, el del alba. Como que en ese momento la noche lucha con más y más fuerza para no irse, y por lo tanto arroja todo su poder de frío para quedarse, es la última pulseada que le queda para luchar contra el día, sin embargo por más y más que luche, igual llega el ansioso día.
Hasta esos instantes ella disfrutaba de los lugares.
Estando en la playa con sus familiares, un viaje en bus. Llegando allá el día martes y así estar hasta el domingo, para así disfrutar varios días, bueno al menos unos días de relajo, aunque las vacaciones dudosamente producen relajo, sino que incluso más tensión. De dónde se va a ir, cuánto se va a gastar, etc.
Ya llegando aquel fatídico día de domingo donde se corta todo placer, la familia completa fue a la playa a disfrutar, luego de vuelta a la cabaña que arrendaron y una ducha para ir a tomar el bus. Todos lo hacían así, excepto ella. Lourdes se tomó toda la tarde en la playa, su padre tuvo que ir a buscarla allá mismo y traerla para que se bañara, ella lo hizo no con muchas ganas, sabiendo que ya debían volver a casa. Se arregla, se toma todo el tiempo que quiere, sus familiares ya desentonados y aburridos; solo esperan que salga. Su padre le grita para que se apresure, al fin sale y se van a tomar bus.
Para marga sorpresa de ellos, el bus ya se había ido, la pequeña Lourdes los había retrasado 15 minutos, justo esos minutos que le bastaron al bus para irse. Todos se sorprendieron y luego de eso vino el enfado, la culparon a ella. Lourdes no sabía que hacer solo callaba. Debieron esperar el siguiente bus que salía 3 horas después, ya que ese si disponía de pasajes libres.
Nadie le habló a Lourdes en esas horas, ella solo se sentó en una esquina de la banca del terminal.
Pasan las horas y al fin toman el bus de regreso a casa. Ella se sintió mal por eso del bus y que por sus ganas de quedarse allá los hiciera perder el pasaje, pero igual seguía con su estilo de relajo y de disfrute al máximo.
No cambia nada en ella.
Un invierno postrero, donde la lluvia no era tan normal, por el contrario sí el frio. Lourdes y su familia se calentaban a la orilla de la estufa, el frío era inigualable, a tal punto que las ventanas de la casa por la mañana se llenaban de escarcha. Era unos de los inviernos más crudos.
La rutina para prender la estufa era que, la madre de Lourdes se iba al trabajo a las 6:30pm, ella trabajaba en un servicentro de bencina y tenía el turno vespertino. Ya llevaba varios meses en ese lugar.
Como el frío de este particular invierno se hacía tan poderoso, la familia había adquirido la idea de que siempre la casa debía estar temperada con la estufa. Por lo tanto como la madre estaba todo el día en casa, ella estaba a cargo de la estufa durante el día y Lourdes que era la primera en llegar a las 7pm, tomaba el mando, y vigilaba la estufa, la llama y su potencia, además de que no calentara en exceso y provocara algo. El padre era el que más tarde llegaba a las 9 pm, trabajaba en un supermercado, y su turno se acababa a las 8pm.
Ese día todo comenzó normal, Lourdes se fue al trabajo, al igual que su padre. La madre estando en casa, comenzó con el ritual de la estufa para temperar.
Se hizo la tarde y la madre, sabiendo que Lourdes llegaría media hora después de que ella se fuera, dejó la estufa en su máximo, el frío de ese día era el peor en 70 años, nunca la ciudad había sido azotada por una ola polar tan poderosa. Deja la estufa y se va, no hay necesidad de llamar a Lourdes, ella lo sabe.
Saliendo del trabajo Lourdes, se comienza a ir a su casa; de camino a la micro que la lleva, se encuentra con sus 2 ex compañeras de colegio, se sorprenden, se ríen, se encuentran que han cambiado muchísimo. Que una de ellas está mucho más gorda que antes, la otra que está igual y que la tercera está mucho más delgada. Se alegran tanto que deciden ir a comer algo a un pequeño restorán del centro de la cuidad, está helada la temperatura, pero el hecho de que se hayan visto desde hace tanto tiempo, les da calor para ir allá.
Lourdes recuerda lo de la estufa, pero piensa que nada va a pasar, de hecho nada ha pasado antes ya en estas semanas que llevan ese sistema de calefacción. Así que van y se divierten
En el local de comida, salen los secretillos del pasado, de los pololeos secretos, las peleas y otros. Una les dice a las otras:
¿Se acuerdan del chico Julio?
¿Cuál chico julio?
El que te mandaba saludos, el de pelo como erizo
Ahhh si, dice una de ellas y se pone a reír.
Él se casó hace poco, y tiene un hijo que es igual a él. Pequeñito y de pelo crespito.
Todas se ríen y se alegran.
Pasan el rato, ya es muy tarde, más de lo que pensaban. Han pasado horas desde aquel encuentro en la vereda de la calle.
te acordaí del Nico?- exclama una de ellas
¿Cuál ? responde Lourdes
El que pololeó contigo, el que era de cuarto medio. Uno alto
Sí
Ahora vive en Australia, si te hubieses casado con él. Estarías allá, la embarraste.
Jajajajaja, si verdad- continuó ella.
Todas ríen, la pasan como en sus mejores momentos de infancia, cuando nada malo importaba, solo era disfrutar y gozar de aquellos ratos, sin preocupaciones banales como las de hoy.
Así pasa el rato, deciden que ya es tarde, todas se despiden, dejando claro que se volverán a juntar. Lourdes espera su micro que la lleve a casa.
Llegando a su pasaje, ocurre lo que nunca debió ocurrir, lo que el destino no tenía que hacer, lo que su futuro no tenía que actuar. La estufa se sobre calentó, como no había nadie en ese entonces que le bajara la llama, y ésta inflamó una cortina, que luego dio pie para que se quemara la mitad de la casa. Los vecinos comenzaron a llamar de inmediato a los bomberos y eso redujo que se quemara por completo ésta.
El padre y la madre de Lourdes estaban ya ahí, fueron avisados por los mismos vecinos. Solo ella lloraba, toda la lucha y esfuerzo de tanto tiempo se le iba. Él solo miraba la casa, y luego miró a Lourdes, no le dijo nada, sabía que no debía culparla, ella misma se daba cuenta que había cometido un error.
Pasaron los días, debieron vivir con un tío de ella, era incómodo, un solo baño para 8 personas, pero al menos había donde estar.
Lourdes comenzó a ser más responsable, desea volver siempre temprano y si le encargan una tarea o algo que hacer en casa, vuelve aun más temprano.
Esta semana está cuidando a su hermano menor, de 12 años, la madre apenas se va a trabajar, ella llega media hora más tarde a casa para verlo. Y así nada le suceda, ella lo quiere, no desea que nada le pase.
Ya son las 6:00, Lourdes está en el baño, se le terminó la picazón que tenía en la espalda, gracias a frotarse con la pared. Y se va rápido a casa.
Siempre es la primera en salir. Sin darle explicaciones a nadie, solo toma rápido su bolso y se va.
Cada cosa que hacemos o nos hacen, tiene una consecuencia.
Cada acción, una reacción. Cada efecto, tuvo una causa antes.